En
el boletín “Somos Hermandad” número 709/
del 27 de Febrero al 05 de Marzo de 2015, aparece una nota biográfica de Rosalía
de Castro, con motivo de haberse conmemorado su nacimiento el 24 de Febrero.
Llama
la atención la frase: ”hija de padres
desconocidos”, por cuanto la historia de Rosalía ha sido objeto de estudios por
parte de investigadores calificados, que hace mucho tiempo arrojaron luz sobre
los progenitores de la ilustre poetisa. Destaca entre ellos el Profesor Xesús
Alonso Montero (Vigo, 1928), catedrático emérito y presidente de la Real
Academia Galega, quien en dos ocasiones fue invitado por el consejo directivo
de la Hermandad Gallega, para dictar sendas conferencias en nuestra sede
social.
Indagando
un poco en Internet, se puede encontrar mucha información sobre la vida y obra de
Rosalía; como muestra insertamos a continuación el contenido de una página que
le hace honor y plasma los resultados del trabajo de los investigadores:
http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=castro-rosalia-de
Rosalía de Castro (1837-1885)
Poetisa y narradora española,
nacida en Santiago de Compostela en febrero de 1837 y fallecida en Padrón (La
Coruña) el 15 de julio de 1885. Protagonista indiscutible, junto con Gustavo
Adolfo Bécquer, del romanticismo tardío español, dejó una obra escrita en
castellano y en gallego que la sitúa entre las voces más destacadas de la
poesía española de todos los tiempos.
Vida
Desde
el instante mismo de su nacimiento, su vida estuvo marcada por las dificultades
y la incomprensión social. En su partida de nacimiento puede leerse que era
"hija de padres incógnitos", y que "va sin número por
no haber pasado a la Inclusa". En realidad, era hija natural de doña
María Teresa de la Cruz de Castro y Abadía, una hidalga gallega venida a menos
que, a los treinta y tres años de edad, dio a luz a la futura poetisa, fruto de
sus relaciones secretas con un sacerdote, don José Martínez Viojo. Cuando nació
Rosalía, su padre -que, a la sazón, contaba treinta y nueve años de edad- se
vio impedido a reconocer su paternidad a causa de su condición eclesiástica;
sin embargo, se ocupó de su atención y cuidado desde que la niña vino al mundo,
y encomendó su crianza a sus dos hermanas, doña Teresa y doña Josefa Martínez.
Bajo
la tutela, pues, de sus dos tías paternas, la niña Rosalía creció primero en la
localidad de Ortoño (donde la familia de su padre tenía su casa solariega,
llamada "Casa do Castro"), y posteriormente en la villa coruñesa de
Padrón. Lo cierto es que durante estos primeros años de su infancia se vio
privada no sólo de la figura paterna, sino también del amparo de su madre, cuya
familia, escandalizada por aquel alumbramiento sacrílego, debió de impedir que doña
María Teresa se hiciera cargo de su hija hasta que no se disiparan los rumores
del escándalo.
En
1853, cuando la joven contaba dieciséis años de edad, doña María Teresa ya se
había hecho cargo de su educación, pues madre e hija vivían juntas desde un año
antes. La crítica literaria coincide en señalar la importante huella que dejó
en la obra posterior de Rosalía la oscuridad de sus orígenes y sus primeros
años de existencia: "Aunque la sociedad gallega tenga frente a los
hijos naturales una actitud más abierta y comprensiva que otras sociedades, el
hecho de ser 'hija de cura' debió de inclinar la balanza negativamente del lado
de las reticencias. No parece extraño que en una niña sensible e inteligente la
falta de padre y su condición de fruto de amores prohibidos influyera en su
carácter y en su concepción de la vida" (Marina Mayoral, prólogo a su
edición de En las orillas del Sar).
Parece
ser que, hacia 1852, doña María Teresa recogió a Rosalía y, en su nueva vida al
lado de su hija, surgió una relación afectiva de gran intensidad que duró hasta
1858, fecha en la que la joven contrajo matrimonio con el historiador,
periodista y crítico de arte Manuel Murguía, uno de los máximos valedores del Rexurdimento
gallego. Aunque el matrimonio interrumpió la convivencia entre madre e hija, no
supuso nunca un quebrantamiento del amor que Rosalía sentía hacia su madre, a
la que, como a tantas otras protagonistas de su obra literaria, consideraba la
verdadera víctima de aquella antigua relación amorosa, la mujer enamorada que
resulta engañada por el hombre y discriminada por la injusta sociedad que la
rodea. De ahí que la muerte de doña María Teresa de la Cruz de Castro, acaecida
en 1862, causara un tremendo dolor en la joven escritora.
Respecto
a la educación que pudo recibir la niña Rosalía al lado de sus tías paternas,
sus biógrafos coinciden también en la sospecha de que no cursó otros estudios
que los de Dibujo y Música, impartidos en las aulas de la Sociedad Económica de
Amigos del País. Fue su nodriza quien le enseñó la lengua gallega y las
primeras canciones y coplas populares que escuchó Rosalía en dicho idioma. Su
obra, pues, es fruto de su innata sensibilidad poética, de su encendida
voluntad de superación y de sus continuos esfuerzos autodidactas (que no
bastaron para eliminar las numerosas faltas de ortografía apreciables en sus
escritos autógrafos), Al parecer, el factor decisivo que introdujo a Rosalía de
Castro en los circuitos literarios de su tiempo fue su matrimonio con Manuel
Murguía (celebrado el 10 de octubre de 1858), a quien tomó como punto de apoyo
en medio de unas circunstancias sociales que se le volvían hostiles en
cualquier otra referencia.
Fruto
de este matrimonio (interesado o no, feliz o no, pero sin duda uno de los más
fructíferos para las Letras españolas de la segunda mitad del siglo XIX),
fueron los siete hijos que engendraron Manuel y Rosalía: la mayor, Alejandra,
nacida en mayo de 1859, vivió hasta 1937; Aura, nacida en diciembre de 1868,
falleció en 1942 (obsérvese el dilatado período de tiempo entre el nacimiento
de estas dos primeras hijas, sin duda indicador del repentino enfriamiento de
las relaciones conyugales); los mellizos Gala y Ovidio, nacidos en julio de
1871, murieron -respectivamente- en 1964 y 1900; Amara, nacida en julio de
1873, falleció en 1921; Adriano Honorato Alejandro, nacido en marzo de 1875,
murió prematuramente en noviembre de 1876, a consecuencia de un accidente; por
último, Valentina nació muerta en 1877.
El
fallecimiento del jovencísimo Adriano sumió a Rosalía en un intenso pesar del
que ya no se recuperaría durante el resto de su vida. Unida a esa tristeza
innata al carácter de la escritora, esta repentina desgracia (ocasionada por
una caída del pequeño) dejó en su vida un hondo poso de dolor que quedó
plasmado en uno de los poemas más sobrecogedores de la lírica española: "Era
apacible el día / y templado el ambiente, / y llovía, llovía / callada y
mansamente; / y mientras silenciosa / lloraba yo y gemía, / mi niño, tierna
rosa, / durmiendo se moría".
Aquejada
de continuas depresiones que mermaron su ya frágil salud, Rosalía de Castro
murió en Padrón (La Coruña) el día 15 de julio de 1885. Su biógrafo Augusto
González Besada reflejó así los postreros instantes de su vida: "[...] recibió
con fervor los Santos Sacramentos, recitando en voz baja sus predilectas
oraciones. Encargó a sus hijos quemasen los trabajos literarios que, reunidos y
ordenados por ella misma, dejaba sin publicar, dispuso se la enterrara en el
cementerio de Adina, y pidiendo un ramo de pensamientos, la flor de su
predilección, no bien se lo acercó a los labios sufrió un ahogo que fue el
comienzo de su agonía. Delirante, y nublada la vista, dijo a su hija Alejandra:
'Abre esa ventana, que quiero ver el mar', y cerrando sus ojos para siempre,
expiró".
Obra
En
Madrid, donde se había instalado en 1856 por razones familiares, Rosalía de
Castro conoció a Manuel Murguía, con habría de contraer nupcias al cabo de dos
años. Murguía no sólo fue el descubridor de esa pasión amorosa que alentaba el
espíritu de aquella joven y sensible poetisa permanentemente sumida en la
tristeza, sino que también pudo conocer y apreciar en su justa medida sus
primeros trabajos literarios, que le parecieron dignos de ser publicados cuanto
antes. Así, el propio Murguía -muy bien relacionado en los círculos culturales
de su tiempo- hizo las presentaciones entre los que estaban llamados a
convertirse en los dos poetas mayores del momento (Bécquer y Rosalía), y
promovió la publicación de la primera entrega lírica de la joven poetisa, que
apareció en la capital de España en 1857, bajo el título de La Flor.
Manuel Murguía publicó en La Iberia una elogiosa reseña de este librito,
que, como obra primeriza, no deja de ser un mero ejercicio de estilo en el que
la escritora gallega recurre a todos los tópicos románticos de su época y deja
ver las acusadas influencias de otros autores consagrados, principalmente
Espronceda.
En
1859, año en el que contrajo matrimonio, Rosalía de Castro publicó su primera
obra narrativa, la novela titulada La hija del mar, una pieza que, en la
actualidad, posee más valor por los datos autobiográficos que en ella vertió la
escritora gallega que por su calidad literaria. Se trata de un folletín
romántico en el que Rosalía plasmó el concepto que tenía del amor con poco más
de veinte años de edad, envuelto en una compleja trama argumental que refleja
el conflicto amoroso entre dos mujeres -madre e hija- y un hombre que acaba
decantándose por la más joven.
Dos
años más tarde, dio a la imprenta su segunda novela, titulada Flavio (1861),
otra complicada sucesión de vicisitudes sentimentales que, aunque gozaron de
gran aceptación entre los lectores de aquellos tiempos, apenas dejan traslucir
la verdadera capacidad creativa de Rosalía de Castro. Y en 1863 retornó al
género poético con A mi madre, una breve colección de poemas escritos en
castellano y dedicados a la muerte de doña María Teresa.
Aquel
mismo año de 1863, Rosalía de Castro dio a la imprenta su primer libro de
versos escritos en su lengua vernácula, Cantares gallegos, un poemario
que inmediatamente la situó en los puestos de honor entre los difusores del
llamado Rexurdimento, como los poetas Manuel
Curros Enríquez y Eduardo
Pondal Abente. Trufado de notables reminiscencias de la antigua lírica
galaico-portuguesa, Cantares gallegos es un libro en el que, por primera
vez, asoma una Rosalía de Castro alegre y optimista, decidida a contar al mundo
las bellezas de su patria chica y las costumbres de sus paisanos. Este tono
jovial, alegre y desenfadado -en ocasiones pícaro, y otras veces con un claro
sesgo de protesta social- no volverá a aparecer en la obra de la escritora
gallega. Al parecer, fue Murguía quien recogió por su cuenta los poemas escritos
en gallego por su esposa y los fue dando a la imprenta hasta que Rosalía, a la
vista del compromiso adquirido por su marido, accedió a su publicación.
Adiós, ríos;
adios, fontes;
adios,
regatos pequenos;
adios, vista
dos meus ollos:
non sei cando
nos veremos.
Miña terra,
miña terra,
terra donde
me eu criei,
hortiña que
quero tanto,
figueiriñas
que prantei…
(Cantares gallegos).
Posteriormente,
Rosalía de Castro publicó algunas obras menores escritas en prosa, como El
Cadiceño (aparecido en el Almanaque de Galicia en 1866), donde
ridiculiza a los emigrantes gallegos que fingen adaptarse perfectamente a las
circunstancias del lugar al que han ido a parar, y la novela Ruinas
(1866), un cuadro de costumbres de tendencia realista inspirada en seres reales
del entorno socio-geográfico de la propia escritora. Anteriormente, había
escrito también El Codio, otro cuadro de costumbres que no llegó a ver
la luz merced a los impedimentos que pusieron los seminaristas que se veían
reflejados en su sátira.
Ocupada
en la prosa, en 1867 dio a la imprenta su novela más ambiciosa, titulada El
Caballero de las botas azules, una mezcla de idealismo y realismo en la que
los larguísimos diálogos y las pesadas digresiones solapan las virtudes
narrativas de Rosalía. Con todo, esta novela supone un interesante documento
biográfico a la hora de conocer el pensamiento de su autora acerca de la
sociedad de su tiempo.
Su
segunda gran obra poética escrita en gallego vio la luz en 1880, bajo el
epígrafe de Follas Novas, un poemario excepcional que, a grandes rasgos,
refleja los dos temas fundamentales del conjunto de la producción literaria de
Rosalía de Castro: su visión subjetiva del mundo y su preocupación por los
problemas sociales de sus paisanos (centrados, casi siempre, en la figura del
gallego obligado a emigrar). El libro, traspasado por una desoladora concepción
de la existencia humana, muestra a la Rosalía más honda e intensa, replegada
sobre sí misma y acuciada por el dolor, la desesperanza y la soledad.
En
1881 apareció otra novela de Rosalía, titulada El primer loco, donde
muchos de los temas y motivos de su poesía (la fantasía amorosa, la exaltación
del misterio, el mundo de ultratumba, etc.) aparecen ahora encarnados en la
historia de un protagonista al que el rechazo de su amada conduce hasta la
locura.
Finalmente,
en 1884 publicó su tercer gran poemario, En las orillas del Sar, un
libro más breve que Follas novas, pero mucho más concentrado en su
visión subjetiva de todo cuanto rodea a la poetisa. Escrito en castellano, aborda
temas tan característicos de su poesía como la tristeza, la religiosidad y el
mundo de las sombras, siempre ligados a una desesperada búsqueda del amor que
sume a la autora en un constante desasosiego espiritual. En las orillas del
Sar -caracterizado por un permanente deseo de claridad que puede entenderse
como el legado universal de la gran escritora gallega- está considerado como
una de las mayores aportaciones a la lírica española de todos los tiempos.
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